domingo, 20 de enero de 2008

La novela ha muerto, ¡viva la novela!

Parece que Vicente Verdú llegó a la conclusión de que hay que renovar y redefinir el concepto de novela, ya no sirve el todopoderoso nombramiento de Don Camilo alegando que una novela es todo libro susceptible de llevar ese nombre en sus tapas.
Después de ríos de tinta, de formalismos, rusos y académicos, después de horas y horas de teoría de la literatura, cañas en los bares y manzanillas en los casinos… ya no nos sirve el concepto, el formato y menos la fórmula de novela para designar a libros de papel de muchas páginas con historias de ficción dentro de ellas.
El lector medio de novela ya no es medio, porque se deduce que se ha leído todas las obras de Proust a los 12 años y actualmente, Paul Auster ya parece una niñería de parvulario… todo esto es porque el lector actual es cosmopolita, viajero, vividor, abierto a nuevas tendencias, versado en informática e internet, eminentemente culto y académicamente titulado, sólo me intriga un dato: ¿Cuándo lee?. He ahí uno de los factores que determinan la novela actual, el lector de hoy no tiene tiempo para leer y es muy exquisito y corrompido por la red, si lo que lee en un breve espacio de tiempo no le gusta, lo abandona. (*al final de este artículo encontrarán una demostración empírica).

2 comentarios:

JRV dijo...

Personalmente, soy un acérrimo convencido de la influencia total de las condiciones sociales que rodean la existencia material de los distintos "formatos" de narración que se han ido sucediendo en Occidente. No soy nada catastrofista en cuanto al alarmismo de expresiones como "la muerte del cine", "el fin de la novela", "la desaparición del teatro..." no porque no me las crea (desde que leí a Cherchi Usai, estoy convencido de que al cine le quedan dos telediarios) sino porque no considero la desaparición de formas artísticas como ninguna desgracia ontológica porque para mi el arte, un poco como la energía, se transforma constantemente, difícilmente "desaparece"; sólo se va amoldando a las condiciones sociales que le rodean. Supongo cierta influencia del materialismo dialéctico en este aserto, pero me explicaré.

Los aedos griegos tenían una función y una razón de ser social muy clara: una estructura política atomizada e inestable, un pasado reciente con hondas transformaciones y una gran masa campesina analfabeta. En cuanto estas condiciones infraestructurales -marxistamente hablando- cambiaron, el aedo desapareció.

Quizá el momento clave de la historia de la diégesis occidental, el teatro griego, conoció su apoteosis y su extinción en apenas ciento cicuenta años, respaldado por sociedades democráticas, perfectamente engrasadas y productivas. No habría "Edipo Rey" sin el edicto de Pericles que pagaba a los campesinos la producción del día en que iban al teatro. (poco tiene que ver con el hipertexto, pero esa sí me parece una política de subvención pública óptima: primaba al espectador, no al productor)


El trovador medieval llega rodeado de problemas sociales parecidos a los del aedo de la grecia antigua. Sólo de nuevo con la aparición de las monarquías absolutas centralistas puede repuntar el teatro otra vez. La arquitectura y la pintura renacentistas fueron posibles, además de por el neoplatonismo y la fuga de cerebros del Imperio Romano de Oriente, por el sistema de mecenazgos y su rivalidad.

Disfrutamos de Häendel y Mozart por la influencia de la corte vienesa y el interés de sus monarcas en ella, deseosos de desarrollar un espectáculo público con suficiente atractivo para mantener el orden social que veían peligrar.

Y por no alargarme más, ahí están todas las profundas transformaciones revolucionarias progresistas en la Francia que vio nacer a la fotografía y el deseo de la búsqueda de una nueva forma de representar el mundo. Todos estos "formatos" artísticos han ido apareciendo y extinguiéndose (algunos permanecen como "acto de museo") pero no ha desaparecido el arte o la narración en si, sólo que ésta se ha ido metamorfoseándose, siguiendo los meandros de la historia social.


La novela, en este sentido materialista, es un artectacto profundamente enraizado en un momento muy particular, el siglo XIX. Son libros voluminosos precisamente (por favor, que nadie lo tome a mal) debido a un fenómeno sin apenas precedente en la historia: la gran cantidad de población económicamente pudiente con sus necesidades cubiertas y desocupadas: ahí la importancia en la novela gótica inglesa de las mujeres, como lectoras y escritoras. Con maridos empresarios y sin licencia social para "hacer nada", mataban sus horas en los caseríos leyendo y leyendo.


Muchas de las novelas que hoy encontramos como un único volumen eran en origen novelas de entrega por fascículos. La compilación final resulta, es obvio, de un grosor considerable. Y la propia dilación del final del relato incidía en un rendimiento económico superior para el editor, una lógica análoga al culebrón latinoamericano contemporáneo (aunque, lo reconozco, es raro encontrar una novela decimonónica que caiga en extorsiones argumentales comparables a "La mujer en el espejo" o relatos similares)


En la sociedad actual, es imposible no admitirlo, el consumo cultural está atomizado, la capacidad de concentración y atención está por los suelos y el fondo enciclopédico -en términos de Eco- del público medio está bajo mínimos.


Desde mi punto de vista, la cultura del videoclip ya ha pasado a mejor vida. Compruébelo el lector en cualquier antro de estos deprimentes y neo- chick con el infernal canal Cuarenta Latino puesto a volumen de pub. Miren aquella mesa de quinceañeros que, de vez en cuando, callan para mirar el videoclip de turno: no son capaces de mirar más de veinte planos consecutivos sin mirar compulsivamente a la barra, a la entrada del baño, a la camarera pasar. No es una cuestión del desenfado del momento, para nada: es un puro y duro déficit de atención.


El arte no desaparecerá, en absoluto. La narración tampoco, sólo se adaptará, como siempre ha hecho, a la dinámica de la sociedad que la genera. Queramos, o no. Podemos ejercer de rey Canuto todo lo que queramos, pero las olas seguirán sin obedecer: la novela va a desaparecer, si no lo ha hecho ya. Por supuesto que, como acto de alta cultura, seguirá existiendo, como las misas cantadas, las representaciones del Teatro Romano de Mérida o la ópera; pero en tanto relato de masas, está vista para sentencia, simplemente porque sus condiciones de existencia material social que la acogen se rigen por principios radicalmente opuestos a los de su concepción. Mientras la novela tiende a "contarlo todo", el relato contemporáneo tiende a no contar nada; como el spot televisivo -en tanto forma discursiva fascinante- el microrrelato o el hipertexto.

oscarhipertext dijo...

He leído "La novela ha muerto" y la aportación de jrv. Creo que lo que dice jrv es cierto. Nunca va a desaparecer el arte como forma de expresarnos. Puede ser a través de novelas, videoclips, cuentacuentos... La imaginación no tiene puertas. La evolución nos lleva a desarrollar nuevos medios a través de los que comunicarnos y expresarnos. Yo creo que la palabra escrita en papel desaparecerá para el consumo masivo. Pero seguiremos necesitados de conocer y de que nos cuenten cosas. Es algo innato en nosotros. Y lo contrario también. Moriríamos si no fuera así.
Me ha venido a la cabeza mi niñez. Mi bisabuelo paterno era un magnífico contador de historias. Y los niños nos agolpábamos a su alrededor después del colegio para escuchar sus magníficas historias. Eran todas inventadas. Y nunca llegaba al final y se despedía entre nuestras protestas. "Mañana os contaré lo que pasó". Y nosotros marchábamos para casa pensando en la continuación del cuento. Haciamos cábalas sobre el desarrollo de los acontecimientos en la historia del abuelo. Y soñabamos. Y al día siguiente seguía la historia, y nunca acertábamos...
Es un ejemplo de como somos los niños, y en el fondo el género humano. Descubrí que nuestra imaginación es la fuente de nuestra creatividad y de nuestras ganas de vivir vidas paralelas. No, nunca se acabará el mensaje, aunque el medio se transforme.
Y por cierto, fue mi primera experiencia sobre el hipertexto, porque eramos espectadores, y a la vez, creadores de historias.